28.4.09


Hubo un tiempo en el que todo era más simple. Todo se reducía a ser feliz. A la plenitud que uno podía llegar a alcanzar con sólo estar en armonía con los otros. Vivir en paz, vivir para uno, pero también para el resto. Preocupándose para que el otro sea feliz con nosotros. Para compartir cuando sobraba alegría. Y para recibir cuando nos faltaba.
Era un tiempo sin maldad. Sin divisiones. El hombre no era perfecto. No era un ángel, ni mucho menos un dios. Sólo había logrado el equilibrio entre la maldad y la bondad que siempre habitan conjuntamente en nuestro interior. Se necesitan, se corresponden, y depende sólo del mismo hombre elegir cuál predomina. De definir en el preciso instante de locura la condena o la salvación.
A algunos les es más difícil: las circunstancias interfieren con su decisión… otros hombres, tan o más perdidos aún, hacen sinuoso el camino. Hay que luchar por la bondad. Por nuestro lado más divino, más perfecto… más anhelado.
Hubo un tiempo en el que todo era más simple. Ese tiempo pasó. O quizá nunca haya ocurrido… Por ahí en un lugar lejano esté ocurriendo en este mismo momento. O tal vez ocurra. Decir que hubo no es decir que ya no hay. Porque el pasado está constantemente con nosotros. El presente, el pasado y el futuro se funden entre sí creando un sinfonía de minutos y segundos, de alegrías y nostalgias, que permiten un infinita posibilidad de posibilidades. Nos dan la oportunidad de vivir en ese tiempo otra vez. O quizá por vez primera, nunca se sabe…

No hay comentarios:

Publicar un comentario