28.4.09


Hubo un tiempo en el que todo era más simple. Todo se reducía a ser feliz. A la plenitud que uno podía llegar a alcanzar con sólo estar en armonía con los otros. Vivir en paz, vivir para uno, pero también para el resto. Preocupándose para que el otro sea feliz con nosotros. Para compartir cuando sobraba alegría. Y para recibir cuando nos faltaba.
Era un tiempo sin maldad. Sin divisiones. El hombre no era perfecto. No era un ángel, ni mucho menos un dios. Sólo había logrado el equilibrio entre la maldad y la bondad que siempre habitan conjuntamente en nuestro interior. Se necesitan, se corresponden, y depende sólo del mismo hombre elegir cuál predomina. De definir en el preciso instante de locura la condena o la salvación.
A algunos les es más difícil: las circunstancias interfieren con su decisión… otros hombres, tan o más perdidos aún, hacen sinuoso el camino. Hay que luchar por la bondad. Por nuestro lado más divino, más perfecto… más anhelado.
Hubo un tiempo en el que todo era más simple. Ese tiempo pasó. O quizá nunca haya ocurrido… Por ahí en un lugar lejano esté ocurriendo en este mismo momento. O tal vez ocurra. Decir que hubo no es decir que ya no hay. Porque el pasado está constantemente con nosotros. El presente, el pasado y el futuro se funden entre sí creando un sinfonía de minutos y segundos, de alegrías y nostalgias, que permiten un infinita posibilidad de posibilidades. Nos dan la oportunidad de vivir en ese tiempo otra vez. O quizá por vez primera, nunca se sabe…

23.4.09

Sos como el agua, que se escabulle en todos lados, hasta por donde no se la llama. Entrás en aquellas viejas heridas, forzándolas hasta agrietarlas. Eso sos, desgraciado, un fantasma que vuelve una y otra vez: nunca te quedás, pero tampoco te vas. Hacés que recuerde cada minuto, cada grito, cada llanto. Tuyos y solo tuyos, pero... yo no quise; vos me obligaste. Todo habría sido más fácil si me hubieras escuchado, si no hubieras corrido a sus brazos en vez de a los míos. Pero ya es tarde. ¿Qué querés que haga ahora? Ya está todo hecho y dicho.

Lo que ves aquí es un secreto. Un pequeño cofre de felicidad que la humanidad no ha encontrado aún. Una puerta que, por ser tan diminuta, se han olvidado de abrir. Permanece oculta entre tanta oscuridad pero no se corrompe. Es increí­ble que algo así sobreviva entre tanta tristeza. Una esperanza. Una promesa para quienes la intuyen.
No todo está perdido, todavía hay una opción. Está en ellos elegirla, encon­trarla, buscarla. Pero en serio; no ésta búsqueda detenida en el intento fallido…

Se aferró a su cuerpo, sintiendo cómo el peso de la muerte se interponía entre ellos. Lloró desconsoladamente, mirando el pálido rostro con ternura.
Temía creerlo, asimilar su muerte. No quería entender que su voz ya no existiría. Que esos ojos no verían más allá de aquellos párpados sellados.
No quiso comprender, se quedó sentada a su lado; sonriendo e imaginando. Para ella su mundo seguía igual: él existía y eso le bastaba para vivir, para soñar. Siguió soñando… por siempre.

el vacío


Sintió como si su pecho se cerrara. Como si le fuese difícil atrapar el aire que se encontraba a su alrededor. No podía respirar con normalidad, su existencia le dolía. Una y otra vez se preguntaba si debía seguir viviendo... porque todas las señales le demostraban lo contrario. El mundo se empeñaba en brillar para ella, pero sus ojos no veían más que lo que su mente apenas alcanzaba a suscitarle. Nada la ayudaría esta vez. Al menos nada que estuviese presente. Se estaba exiliando al lugar más remoto de su inconsciencia. No quería pensar más, no quería sentir nada que le causara dolor. Y eso, sencillamente, se remitía a todo.
Cerró los ojos. Todavía le costaba reprimir sus emociones, sus pensamientos. De a poco iba enviando cada imagen, cada palabra a lo más lejano de su mente. No sería fácil. Un trabajo doloroso y arduo. Lo único que anhelaba era terminarlo de una vez para sumirse en un oscuro letargo. Un precioso silencio eterno le acariciaba su mente… imposible negarse ante tal seducción.
Los recuerdos se iban… se escondían en su cabeza a la espera de un inminente cambio de parecer… pero esto no sucedería con tanta rapidez. Y ella, lentamente, se iba sumergiendo en un sueño ligero… sin imágenes ni voces, ni nada que se pareciera a la vida. Simplemente existía. Se limitaba a respirar… con el solo objeto de no morir. No porque anhelara la vida, sino porque temía que la muerte trajera consigo todo lo que ella trataba de olvidar. La debilidad de su cuerpo, llevaría a la de su mente y eso no era justamente una ayuda para su laborioso trabajo de autocensura. No podía permitirse ese error. Un impulso imprevisto, devenido en acción podría arruinar todo lo que había logrado. Era algo que ella no se iba a permitir.
Todo marchaba bien. No pensaba en nada. La vida transcurría y ella no se daba por aludida en absoluto. Las estaciones, los años se iban sucediendo y ella seguía inmóvil. Todo marchaba bien hasta que algo la traicionó. Un estímulo externo que hacía tiempo había dejado de existir para ella. Su voz apareció como lenguas de fuego que iluminaron su interior. El calor era reconfortante, pero le hacía recordar tantas cosas… demasiadas para poder soportarlas. Todas sus barreras se debilitaron, por un segundo su mente se nubló y eso fue todo de lo que necesitó para volver a la realidad. Pero lo que encontró no fue lo que buscaba. Esperaba encontrarlo a él, con su voz, rozándole los párpados. Acariciando una vez más sus mejillas... Él no estaba… y ella no era lo suficientemente fuerte como para asumirlo.

espera


No quiero la espera de Penélope. No quiero recordarte una y otra vez, hasta que el recuerdo se vuelva difuso y ya no quede más que un sueño. Una utopía tuya. Porque cuando el sueño no sea sueño, cuando vuelvas, ya no vas a ser mi espera. Ya no voy a quererte, porque mi sueño va a quedarse en el pasado. Vas a ser vos pero en la milésima de segundo última que te haya visto. Un segundo más y ya vas a ser otro para mí.

No quiero imaginarte. No quiero que me quieras en sueños. Porque ahí sólo entramos dos; la realidad queda fuera. Y cuando llegue el momento quizá me decepcione. Y cuando no llegue el momento será una espera interminable.

No quiero la espera de Penélope. Anhelar y anhelar... ¿para qué? Para encontrarse con que el recuerdo engaña, entorpece el curso de las cosas. Para verte y no encontrarte. Para esperarte toda una vida. Esperar lo soñado, lo imposible. Esperar...

Penélope espera, espera. Tiene una sonrisa grabada en su corazón y no deja espacio a la vida. Cree saber lo que espera pero sin darse cuenta lo deja ir. Su ser utópico le sonríe desde su mente, la invita a esperarlo. Pero él sabe que nunca irá, que ya no existe.

Triste espera ciega. Tristes ojos miran sin mirar, porque por dentro saben que lo único importante para ver nunca aparecerá. Y ella sonríe. Qué ingenua.