23.4.09

Se aferró a su cuerpo, sintiendo cómo el peso de la muerte se interponía entre ellos. Lloró desconsoladamente, mirando el pálido rostro con ternura.
Temía creerlo, asimilar su muerte. No quería entender que su voz ya no existiría. Que esos ojos no verían más allá de aquellos párpados sellados.
No quiso comprender, se quedó sentada a su lado; sonriendo e imaginando. Para ella su mundo seguía igual: él existía y eso le bastaba para vivir, para soñar. Siguió soñando… por siempre.

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